Lo insufrible se llama menopausia
Por OZNAR ORTEGA
Dónde estuvo Ana en el ayer y en el ahora; en la confortabilidad de su salud.
Luego de pasar uno de las etapas más tumultuosas de su vida, Ana Rodríguez tiene nuevos ojos para ver el mundo otra vez, no tan aislado de la menopausia que gobernó su género durante 15 años; con los oídos tapados para no oír al tiempo y con el dolor punzante producto de una cirugía ambulatoria —no tan inmediata debido a las complicaciones que dieron lugar al motivo de este párrafo.
Ella, nacida en la Ciudad de Panamá, cuando estaba en pleno apogeo el nacionalismo estudiantil de las «1964 contracciones», creció en medio de un ambiente feminista con mujeres de ímpetu y empoderamiento. Ese feminismo de baile en oraciones. Nunca imaginó, después de contraer matrimonio, engendrar dos hijos y ser escultora de cerámicas y educadora, que esculpiría su propia vida con los temperamentos y humores de sus propios monólogos vaginales.
Entre cortas lecturas hebreas y comiendo una manzana a la mitad, Ana recuerda la primera vez que su ginecóloga le vaticinó el advenimiento del cambio de vida, «desde los 35 años estoy saliendo y ya tengo medio siglo de vida», dijo aliviada. Fue como una profecía hacia el despertar de un sinfín de sensaciones, pero también de síntomas propios de la mujer. «Me sentía una costilla, después de todo».
Y lo insufrible, lo insufrible fue a partir de una serie de sucesos —como una intervención quirúrgica, la negligencia de un odontólogo al estar obsesionado con las anestesias, la envidia del ser vecino, el golpe del cambio climático y su repercusión en la salud, la personalidad del intestino y los propios cincuenta años, fueron parte fundamental del cambio de vida como acompañantes de esas situaciones llevadas por todo lo que pasa una dama camelia en esta etapa.
«A mi melliza le da por divertirse y ser una socialité ficticia, hay otras mujeres que les da por salir corriendo con los senos al aire y bajar su instinto hacia hombres jóvenes, pero a mí me dio desesperación», suponiendo ese eustrés para afianzar luego de vieja, la confianza en sí misma en superar las trampas y dificultades venideras.
Si Ana y otras mujeres supieran su estado de casi veinte años de menopausia por desarrollarse a edad temprana, todas tendrían un doctorado en estos menesteres de aquella mujer que no suele expresar o hablar lo contado por sus hormonas. Y la media manzana roja se terminaba.
Primero de niña, adolescente, mujer madura y ahora miembro del género femenino, como ellas y como todas, Ana está lista para recibir esa transformación y quitar esa toalla sin menstruación; donde la vida es bella y el fuego disminuye. Los hijos crecen y el retrato se enmudece.